miércoles, febrero 28, 2007

Los beneficios de la rutina como anti-depresivo.


Hace tan solo tres días que retomé mis obligaciones rutinarias después de un descanso de un mes aproximadamente.
Estaba empezando a caer en el letargo característico de quienes no saben qué hacer con su tiempo. Siempre he podido huír del aburrimiento con facilidad, pero la libertad de poder hacer cualquier cosa después de un cierto tiempo es abrumadora. Ese letargo que se traducía en unas ganas irrepresibles de no hacer nada, o más bien dicho de no hacer nada productivo; estaba claramente en vías de transformarse en depresión. Aquella depresión que tumba a sus víctimas en la cama, similar a una fuerte gripe.
Una de las principales diferencias entre el ser humano y el animal es la conciencia. La conciencia implica la capacidad de sufrir. El sufrimiento es la conciencia del dolor, se lo podría definir como dolor humano.
Así pues, la conciencia del peligro de caer en ese peligroso estado depresivo me quitaba el sueño y la tranquilidad.
Estos tres días de actividad repetitiva, rutinaria, formal e intensa me han salvado tan pronto de aquello que a penas ahora estoy tomando conciencia del poder curativo de las ocupaciones en cuanto al letargo que precede la depresión.
Vale la pena pues poner esto por escrito para poder compartirlo con mis semejantes y también para analizar el porqué de la cuestión.
He observado en mi, de igual manera, un levantamiento del ego considerable, probablemente el causante de que de pronto las ganas de hacer cosas, emprender proyectos, estudiar, trabajar, hacer cosas productivas, regresen a mi.
Sin embargo no todo es beneficio. Con la rutina del estudio regresa el estrés, el nerviosismo que nos caracteriza a quienes somos amantes de las cosas bien hechas y de los proyectos a largo plazo.
Conciente de la inutilidad e inclusive del peligro de planificar mi existencia, prefiero vivir momento a momento esta larga preparación para algo que puedo difícilmente identificar.
Curiosamente, siento en carne propia el dicho "cuerpo sano en mente sana" aunque no recuerde qué sabio lo dijo.
La sed de aprender se mezcla con un deseo de bienestar corporal y emocional, y bien encaminado un deseo puede transformarse en punto de partida para un proceso de auto-curación, sobre todo cuando el mal ha sido largamente analizado a través de años de introspección.
La ansiedad de equilibrio genera una contradicción: el nerviosismo lleva al exceso, enemigo de la armonía y el equilibrio. Esto conduce paradójicamente a un cambio brusco de un estado intelectual y tranquilo a un estado de estrés por querer dar buen uso a esa energía estudiosa. Siento entonces un vacío en cuanto a lo que se refiere a capacidad de creación, de expresión de la emocionalidad, de la afectividad.
Dado que considero que el arte es el puente entre las pasiones y la razón, me gusta hacer arte con las palabras, pues las palabras son el vehículo de la razón. Expresarse verbalmente, sea de manera oral o escrita implica una racionalización de la afectividad y las emociones.
Mi carácter dual y ambivalente me obliga pues a recurrir al arte tanto para crear un nexo entre pasiones y razón como para racionalizar emociones con la finalidad de entenderlas mejor y sobre todo, de deshechar aquellas que puedan ser perjudiciales por no tener fundamentos razonables.
Pero de nada serviría lograr esto si no se toma conciencia de ciertas limitaciones, a saber la confrontación con lo inefable, aquello que no se puede expresar y que por ende no tiene nexo con lo razonable. Son sentimientos, sensaciones e inclusive emociones aparentemente inexplicables que seguramente el psicoanálisis pueda aclarar.
Pero al ser yo misma mi propia analista tengo que saber que mi subjetividad es una limitación.
Dicho todo esto, es hora de volver al tema inicial. La razón de estas consideraciones es claramente explicar como la rutina pudo curar, sin que yo lo busque, el letargo que sentía y las ganas de dejarme llevar por la existencia, esa debilidad y falta de amor propio que toma el nombre de depresión. El nihilismo que conduce a pensar que nada está en mi poder y que debo cargar mi vida como si fuese un peso muerto, vivir mecánicamente sin buscar ser partícipe de mi propio destino.
Volver a vivir mi capacidad de auto-disciplina, de rigor intelectual y trabajo continuo me ha salvado de morir en vida.
En conclusión, es curioso ver que me ha tomado tres días tomar conciencia del cambio radical de mi actitud hacia la vida y más aún ver que éste se produjo a raíz de algo que puede parecer más bien fuente de estrés excesivo y cansancio súbito.